El sistema político colombiano a lo largo de los últimos años ha venido enfrentado una serie de retos, evoluciones y también estancamientos. Dentro de un contexto de violencia enraizada, el narcotráfico y los miles de accionares ilegales por los grupos al margen de la ley, hicieron que este proceso se diera de manera fragmentada y poco fuerte.
En Colombia, siempre ha estado la característica de poseer una estructura interna basada en facciones ideológicas e institucionalizadas, que con el paso de los años y con un sistema de partidos un poco inestable y fragmentado, ha tendido a fundamentarse en facciones personalistas. Y es que, a diferencia del siglo XX, en donde se contaba con un sistema bipartidista con alto grado de cohesión y tradición, lo que se ve ahora es el quebranto de la identidad partidista y del liderazgo político, que claramente esta generando profundos cambios en la credibilidad institucional.
La dicotomía que se presenta en la actualidad de si se es de izquierda o de derecha, lleva a pensar que se está volviendo a esa marcada conmoción relativa de rechazar a todo aquel que no vaya afín de mis asuntos y posturas, pues como bien se sabe, en este contexto, prima la polarización.
Pero este no es un problema en sí mismo, de allí se derivan otros detonantes. En un gobierno democrático que no tiene respaldo alguno por la comunidad, se deslegitima la estructura democrática. Si bien, no hay un análisis que específicamente establezca los niveles de legitimidad con la que cuenta un gobierno, es posible generar una visión de este, a través de las diferentes encuestas de favorabilidad que están siendo recurrentes por estos días.
Probablemente, uno de los grandes retos para el año que viene, será mejorar la percepción de la ciudadanía sobre los políticos y los partidos, mejorar el manejo de la pandemia y no dejar agudizar las problemáticas sociales.